El 11 de marzo de 1973, después de
casi 18 años de proscripciones, el pueblo argentino pudo finalmente
expresarse libremente en las urnas poniendo fin a una dictadura a la
que únicamente puede calificarse de dictablanda en comparación con los
horrores vividos a partir de 1976. Pero a la autodenominada “Revolución
Argentina”, inaugurada a la fuerza aquel 28 de junio de 1966 por el
general Onganía y apoyada los principales grupos de poder y recordados y
vigentes comunicadores sociales, no le faltaron las desapariciones,
los bastones largos, la censura, las torturas, los fusilamientos (como
los de Trelew) y los planes económicos que hacían el beneplácito de los
“organismos internacionales” y determinaban el deterioro de las
condiciones de vida de la mayoría de los argentinos.
El sueño eterno de Onganía comenzó a hacerse pedazos a
partir del Cordobazo, cuando el Ejército, a través de su jefe, el
general Alejandro Agustín Lanusse, comenzó a presionar al
general-presidente para que compartiera las decisiones políticas con
las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación
nacional: en ella, ya no cabía su proyecto de dictadura autoritaria y
paternalista sin plazos según el modelo del “Caudillo de España por la
gracia de Dios” Francisco Franco. El secuestro y asesinato del general
Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del
gobierno para esclarecer el hecho fueron el detonante para un nuevo
golpe interno. El desprestigio involucró al Ejército y el general
Lanusse optó por permanecer en segundo plano y preservar su figura
designando como presidente, en junio de 1970, a Roberto Marcelo
Levingston, un general que había estado del lado de los azules, había
sido jefe de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto, era delegado
argentino ante la Junta Interamericana de Defensa y cumplía funciones
como agregado militar en Washington.
Contra todos los pronósticos, Levingston pretendió
constituir un movimiento político propio y tomar distancia del general
Lanusse. Durante su breve presidencia se incrementaron las protestas
populares y la actividad guerrillera. Perón, desde Madrid, alentaba a
los grupos insurgentes y hablaba del socialismo nacional como la
solución para los problemas argentinos, mientras que, para frenar los
intentos políticos de Levingston tendientes a trabar todo proyecto
democratizador, alcanzó un acuerdo con las principales fuerzas
políticas, entre ellas el radicalismo, conocido como “La Hora del
Pueblo”. Los firmantes se comprometían a luchar por un proceso electoral
limpio y sin proscripciones.
En febrero de 1971, el gobernador de Córdoba, Camilo
Uriburu, declaró que aspiraba a terminar con la oposición estudiantil y
gremial que había llevado a delante el Cordobazo a la que comparó con
una víbora venenosa. Uriburu le “pedía a Dios que le depare el honor
histórico de cortar de un solo tajo la cabeza de esa víbora”. A los
pocos días, el país se sacudió con un segundo Cordobazo, llamado por
sus protagonistas “Viborazo”. El Viborazo puso fin a la breve gestión
de Levingston y a su delirio de crear un movimiento político sin tener
en cuenta la opinión del pueblo.
El 26 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia en
un clima político totalmente desfavorable. La violencia guerrillera
crecía, el descontento popular también, se sucedían las puebladas, Perón
sumaba día a día más adeptos, y la continuidad del gobierno militar se
tornaba insostenible. Lanusse, muy a su pesar, evaluó que el
principio de solución a los múltiples conflictos pasaba por terminar con
la proscripción del peronismo y decretar una apertura política que
permitiera una transición hacia la democracia. En este contexto propuso
un Gran Acuerdo Nacional (GAN) entre los argentinos y anunció la
convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones para 1973 pero
instalando el sistema de ballotage, soñando con la unión de
todo el antiperonismo en una segunda vuelta, e incluyó una provocadora
cláusula que obligaba a Perón a fijar domicilio en Argentina antes del
25 de agosto de 1972.
El viejo líder movió sus piezas en aquella partida y
evaluó que no le daría el gusto a Lanusse y su dictadura decadente,
pero además creyó que no era conveniente que fuera él quien gobernara en
el conflictivo período de transición y decidió designar a su delegado
personal y ex presidente de la Cámara de Diputados durante el primer
peronismo, Héctor J. Cámpora, como candidato a presidente, quien
tendría una misión vicaria hasta que el balcón de la Rosada pudiera ser
recuperado por el inquilino que más uso supo darle. El slogan sería
“Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
Aquel 11 de marzo de 1973 triunfó el Frente Justicialista
de Liberación (Frejuli), con la fórmula Héctor J. Cámpora-Vicente
Solano Lima, que obtuvo más de 6 millones de votos (49%) mientras la
fórmula radical encabezada por Balbín llegaba a los 2 millones
seiscientos mil (21%). El Comité Central de la UCR entendió innecesaria
una segunda vuelta. En medio de enormes festejos populares en la que
el sector más dinámico y más recientemente incorporado al movimiento, la
Juventud Peronista, tuvo un innegable protagonismo, el presidente
electo intentaba desde las oficinas del P.J. de Oro y Santa Fe
comunicarse telefónicamente a Madrid con Perón: –Hola señora Isabel.
Estamos aquí reunidos con todos los periodistas argentinos y
extranjeros. Nos acompañan los compañeros de la CGT, el compañero
Rucci, el compañero Coria de las 62 organizaciones, el compañero
Lorenzo Miguel de la UOM y todo el Consejo Superior. Y mucha gente que
se ha llegado a comprobar una vez más la solidaridad del pueblo
argentino que tiene para con el general y para con usted. Y ya es un
hecho cierto que el general Perón y usted tienen su residencia en la
República Argentina.
– Muchas gracias doctor, estamos muy contentos. Yo se lo voy a transmitir al general.
–Si fuera posible, señora, que yo le pudiera decir unas palabras al general se lo agradecería mucho.
–A ver un momentito, doctor.
–Gracias, señora.
Pero el momentito se fue transformando en eterno hasta que
finalmente del otro lado del teléfono se escuchó aquella voz
inconfundible que lamentablemente se nos tornaría tan “familiar”.
–Doctor Cámpora, López Rega le habla…1
Así estaban las cosas por marzo de 1973 cuando Cámpora se
aprestaba a ocupar el gobierno y Perón el poder. Estaba claro que el
peronismo había dejado hacía años de ser aquel movimiento monolítico
del período 1945-1955. Ahora convivían en su interior conflictivamente
distintos sectores, en algunos casos de ideología opuesta, y todos
ellos parecían contar con el aval de Perón. Durante los 18 años de
proscripción, habían sido muchas las incorporaciones al movimiento que
desde la derecha y también desde la izquierda, se habían sumado al
aparato tradicional.
El 25 de mayo asumió la presidencia el doctor Cámpora,
llamado cariñosamente el “el Tío”, por ser el hermano de “papá”. En la
ceremonia de asunción del mando se encontraban presentes los
presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo
Dorticós Torrado. La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e
impidió a los militares realizar el desfile tradicional. Mientras
coreaban “se van, se van, y nunca volverán”, imaginaban en aquella
tarde de mayo de 1973, bajo aquel cielo cargado de esperanzas, que
aquella nefasta alianza entre el poder económico más concentrado, la
jerarquía eclesiástica y el autoritarismo cívico-militar no tendría
nunca más cabida en Argentina.
Referencias:
1
Diálogo extraído del documental “Historia Argentina 1973-1976”,
dirigido por Felipe Pigna, Universidad de Buenos Aires, Escuela
Superior de Comercio Carlos Pellegrini, 2002.
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